La consultora McKinsey, en 1998, fue la primera en predecir la llamada guerra del talento, presentando las dificultades que iban a encontrar las compañías si no prestaban suficiente atención a la atracción, retención y desarrollo de las personas claves para el negocio. La declinación de la natalidad, la competencia de nuevas compañías pequeñas y medianas que ahora resultaban atractivas para los jóvenes, el aumento de la movilidad y el retiro de los baby boomers hacían presagiar un escenario difícil, que demandaba redefinir el rol de las áreas de recursos humanos. En palabras de los autores, el talento se iba a transformar en el insumo más escaso. La tesis de que la gestión del talento era un desafío clave para las empresas tomó gran fuerza y se ha convertido en un tema común entre quienes se dedican a los temas de gestión de personas.
Los mismos autores del artículo, tres años después, convirtieron su tesis en un libro publicado por la editorial dependiente de la Harvard Business School. Es común, desde entonces, que headhunters y consultoras enciendan las alertas del problema que está en camino. Delloite ha planteado la profundización de la crisis del talento. McKinsey, por su parte, publicó en Enero un estudio entre ejecutivos sobre los vacíos y desafíos de la gestión del talento en sus compañías. Por cierto, cada una de estas consultoras incluye dentro de su oferta, servicios relacionados con cómo enfrentar la crisis.
Toda esta preocupación por el talento hace recordar la gran alarma que hubo a fines de los noventa por la crisis del cambio de siglo, o Y2K. En ese entonces, abundaron predicciones y escenarios catastrofistas de aviones cayendo de los cielos, servicios básicos que fallaban, bancos que no eran capaces de informar cuanto dinero se debía y ojivas nucleares que se disparaban solas. (Para recordar, pueden ver el especial sobre el problema del año 2000 en el sitio de CNN o un reporte de la CIA , este último para el que quiera chequear su capacidad predictiva).
Como sabemos, las profecías de catástrofe, en el caso del Y2K no se cumplieron, incluso en aquellos países que hicieron poco o comenzaron a prepararse tarde para el cambio de siglo. Lo que sí es claro es que todo el esfuerzo demandó muchas horas de consultoría y benefició, en general, a los expertos de TI. También hizo que aquellos profesionales especializados en los sistemas obsoletos rápidamente quedaran fuera del mercado.
¿Será la llamada crisis del talento una situación similar, esta vez para los que trabajan en Recursos Humanos? De ser así, estaríamos en presencia de la oportunidad, para que los que estén en la industria, de hacer capital rápidamente y dejar fuera del mercado a los que persisten en prácticas obsoletas y se quedaron menos actualizados.
Todo parece indicar que no va a ser el caso. Ya hay voces que hablan que la crisis del talento es más bien un mito que una realidad, como plantea en su blog John Hollon, editor de la revista Workforce Management. Entre otras razones planteadas para desmitificar la carencia de talentos, está la idea de que los agoreros de la crisis subestiman el poder de la inmigración y la tendencia de que la tercera edad se mantendrá trabajando por más tiempo o volverá a laborar, aun cuando estén jubilados. Cuanto hay de cierto en los pronósticos de una crisis global de talento es un tema que aún está por verse, sin embargo conviene recordar lo que pasó con el cambio de siglo para tomar distancia y ponderar con los pies más en la tierra antes de dejarse llevar por la corriente.
Los mismos autores del artículo, tres años después, convirtieron su tesis en un libro publicado por la editorial dependiente de la Harvard Business School. Es común, desde entonces, que headhunters y consultoras enciendan las alertas del problema que está en camino. Delloite ha planteado la profundización de la crisis del talento. McKinsey, por su parte, publicó en Enero un estudio entre ejecutivos sobre los vacíos y desafíos de la gestión del talento en sus compañías. Por cierto, cada una de estas consultoras incluye dentro de su oferta, servicios relacionados con cómo enfrentar la crisis.
Toda esta preocupación por el talento hace recordar la gran alarma que hubo a fines de los noventa por la crisis del cambio de siglo, o Y2K. En ese entonces, abundaron predicciones y escenarios catastrofistas de aviones cayendo de los cielos, servicios básicos que fallaban, bancos que no eran capaces de informar cuanto dinero se debía y ojivas nucleares que se disparaban solas. (Para recordar, pueden ver el especial sobre el problema del año 2000 en el sitio de CNN o un reporte de la CIA , este último para el que quiera chequear su capacidad predictiva).
Como sabemos, las profecías de catástrofe, en el caso del Y2K no se cumplieron, incluso en aquellos países que hicieron poco o comenzaron a prepararse tarde para el cambio de siglo. Lo que sí es claro es que todo el esfuerzo demandó muchas horas de consultoría y benefició, en general, a los expertos de TI. También hizo que aquellos profesionales especializados en los sistemas obsoletos rápidamente quedaran fuera del mercado.
¿Será la llamada crisis del talento una situación similar, esta vez para los que trabajan en Recursos Humanos? De ser así, estaríamos en presencia de la oportunidad, para que los que estén en la industria, de hacer capital rápidamente y dejar fuera del mercado a los que persisten en prácticas obsoletas y se quedaron menos actualizados.
Todo parece indicar que no va a ser el caso. Ya hay voces que hablan que la crisis del talento es más bien un mito que una realidad, como plantea en su blog John Hollon, editor de la revista Workforce Management. Entre otras razones planteadas para desmitificar la carencia de talentos, está la idea de que los agoreros de la crisis subestiman el poder de la inmigración y la tendencia de que la tercera edad se mantendrá trabajando por más tiempo o volverá a laborar, aun cuando estén jubilados. Cuanto hay de cierto en los pronósticos de una crisis global de talento es un tema que aún está por verse, sin embargo conviene recordar lo que pasó con el cambio de siglo para tomar distancia y ponderar con los pies más en la tierra antes de dejarse llevar por la corriente.